Cuando no hay mucho que contar pero hay que vender, pues se sugieren ideas. No sé si Hergé, el padre de Titntín, estuvo alguna vez en la bahía de Morlaix. Los lugareños afirman que sí. Algo así como las visitas de Hemmigway a Pamplona por San Fermín. Según cuentan, frecuentaba el pueblo de Locquénolé y desde allí contemplaba la silueta del faro y la casa del guardián en medio de la ensenada. En 1938 se automatizó el faro y ese mismo año se editó la séptima aventura de Tintín titulada La isla negra como álbum en blanco y negro. Pues verde y en ensalada... lechuga. Nace la leyenda y a los visitantes se les cuenta una bonita historia que tragas con ganas si eres fan del reportero belga (es mi caso). Pero siento disentir (también soy un escéptico hijo de una ciudad en la que abundan las historias y leyendas apócrifas de dudosa realidad que cuidamos, enriquecemos y contamos con entusiasmo a nuestros huéspedes) pues me temo que va a ser rúcula (o escarola, o espinaca, o canónigo, o...). Teniendo en cuenta que parte de la aventura transcurre en Escocia, me inclino ante la posibilidad de que el faro sea alguno de los de allí, sobretodo sabiendo que Hergé se documentaba con una exhaustividad casi maníaca. De hecho, su silueta me resulta familiar, pero ahora no caigo.
Altura 14 metros
Plano focal, 15 metros
Dos ocultaciones cada 6 segundos. Luces blanca en el sector 221º a 51º, verde de 51º a 135º y roja de 135º a 211º roja.
Alcance, 11 millas la luz blanca, 8 millas las luces roja y verde
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