martes, 23 de febrero de 2021

De teleféricos y bicicletas


Desde pointe de Pern, al oeste de la isla bretona de Ouessant, se puede ver a una razonable distancia, algo menos de un kilómetro, el faro de Nividic, construido sobre una peña llamada Leurvaz An Ividig. Es una torre octogonal de piedra rematada con una linterna roja. Tras haber sido alimentada  por electricidad a través de un cable y contar con un sistema de emergencia de bombonas de gas, desde el año 1996 es autónoma gracias a unos paneles solares que aportan la energía suficiente. No está habitada pero cuenta con una plataforma  para helicópteros que facilita el acceso del personal de mantenimiento. Esta es la explicación simple de la existencia de dos ¿columnas?, ¿mástiles?, ¿torres? entre el faro y la isla que siguen la línea de arrecifes peligrosos señalados por la luz y llamados pylône de Concu uno y pylône de Ker-zu el otro (el que se ve a la derecha de la foto). En un principio eran el soporte del cableado eléctrico tendido desde el generador ubicado en el faro de Créac'h. Tiempo después se aprovechó la infraestructura para construir un teleférico para hacer llegar el material y personal, aunque esto último no lo tengo muy claro, necesario para su funcionamiento. El caso es que este sistema fue muy útil hasta la llegada en 1971 del helipuerto. Investigando un poco he encontrado un gráfico dibujado por Pierre Montaz explicando el sistema. Lo muestra muy clarito.


Y hablando de cosas técnicas que hacen la vida más fácil, en esta visita a la isla descubrí el lado oculto del cicloturismo en su versión más placentera: las bicis eléctricas. Ese esfuerzo mínimo y descansado que logra el mayor y mas veloz desplazamiento sea cual sea el terreno. Así, cualquier excursión nos hace creer que el Tourmalet está al alcance de cualquiera. Y como la mayoría ni nos vamos a acercar, pues a vivir con la ilusión. Por cierto, las bicis que usamos mi Santa y Paciente son las que se ven en la foto.

Altura 36 metros
Plano focal 28 metros
Nueve destellos en periodos de 10 segundos. En el sector de 290 a 225 luz blanca, y en el sector 225 a 290 sin luz,
Alcance 10 millas.
Accesible en embarcación pero no es visitable

martes, 16 de febrero de 2021

Por si acaso, de lejos



Supongo que todos conocemos la famosa foto de la ola rompiendo contra un faro y a punto de engullir al farero que se ha asomado a la puerta. El faro es el de La Jument, el fotógrafo es Jean Guichard, el farero se llama Théodore Malgorne y la imagen se tomó desde un helicóptero. Ah, y la ola es una ola. 
Ahora es cuando viene el juego de las diferencias. El faro es el de La Jument de lejos, el fotógrafo soy yo, el farero es un automatismo que no responde al nombre de monsieur Malgorne y la imagen se hizo desde la bretona isla de Ouessant, en el Finisterre galo. Y la ola... ni se la espera. Además, seguro que esta foto no gana ni el World Press Photo ni ningún otro premio, Qué se le va a hacer.
Poco más tengo que decir, salvo que ya llegará el día en que vuelva y lo visite de cerca con la esperanza de que las olas se mantengan lejos y calmadas.

Altura: 48 metros
Plano focal, 36 metros
Tres destellos  rojos cada 12 segundos, luz roja en el sector 241-199, sin luz en el sector 241-199
Alcance, 22 millas
Accesible en embarcación pero no visitable

martes, 9 de febrero de 2021

Ya tengo mi 'Breve atlas de los faros del fin del mundo'

 

¡Buaaaah! ¡Qué pasada! Flipo.

Así, este podría ser el resumen, grosso modo, de mi opinión sobre el libro 'Breve atlas de los faros del fin del mundo', escrito por José Luis González Macías y publicado por la editorial Menguantes

Me hice con un ejemplar de la segunda edición. Cuando fui en Navidad a Walden en un primer intento, el librero me dijo que habían volado y que los de Menguantes estaban preparando otra tirada. Así que me dirigí directamente a ellos para asegurarme mi ejemplar. En este caso mi ansia venció a mi paciencia (cachaza le llama mi Santa y Paciente). Me llegó, por fin, el pasado 5 de febrero, viernes, en vísperas de un par de días que tenía libres. Avisé a la familia de que no iba a estar para nadie.

En ese ojeo rápido y general que les doy a los libros antes de ponerme en serio con ellos descubrí la siguiente nota: "La segunda edición de Breve Atlas de los Faros del Fin del Mundo se envió a imprimir el 26 de diciembre de 2020, ciento veinte años después de la extraña desaparición en Escocia de James Ducat, Thomas Marsahll y Donald McArthur, los tres fareros de las Islas Flanan". Por otra parte, desde la editorial me habían avisado  que "tras un arduo mes en el que tuvo que enfrentarse a vacaciones navideñas, terceras olas, falta de estocaje de papel en España y el mayor temporal ocurrido en los últimos 50 años, por fin, el libro ha salido hoy hacia su destino". Si esto no es una advertencia de lo que me iba a encontrar entre sus páginas, mejor me voy a comprar un helado. Datos técnicos, aventuras, misterios, geografía olvidada, tragedias, alegría, temporales, viajes, heroínas, amor, ornitología...

Así que, salivando con anticipación, me acomodé con el libro la primera de las cuatro veces. Porque una de las cosas que he descubierto es que no se puede, ni se debe, leer del tirón. Es de fácil y amena lectura, pero de mucha intensidad y muy condensado, por lo que es preferible tomarlo con calma. Describe y narra la historia y características de 34 faros, cada uno de ellos en cuatro páginas y con la misma estructura: La primera cuenta la historia del faro, la segunda es una imagen artística del edificio, la tercera es el alzado de la torre con los datos técnicos básicos de situación geográfica, medidas, alcance, fechas de construcción, puesta en servicio y de apagado si está fuera de servicio, alcance..., además de un par de anécdotas que han quedado fuera de la historia. Y la última es un mapa que lo sitúa geográfícamente. Las dos hojas que se ven en la foto son la tercera y la cuarta (y las manos son de mi hijo el Greñas). 

En cuanto a la selección de faros, hay representación de todos los continentes, de todas las costas y de todos los mares. No me cabe duda de que la parte más difícil de este trabajo ha sido seleccionar cuáles entran y cuáles quedan fuera. No sé sí González Macías tiene intención de sacar un segundo volumen, pero sospecho que tiene material para ello a la vista de la ingente labor realizada que se intuye detrás de este Breve Atlas. En cuanto a la nómina de torres, hay dos que he visto in situ (La Vieille y La Jument), lo que me hace particular ilusión; hay otra decena que conozco de nombre o de haber leído algo sobre ellas (en especial Buda y Columbretes, que ya va siendo hora de ir a verlas), pero la mayoría me han resultado desconocidas. Y esta es la parte que más agradezco: los, para mí, nuevos faros. Viajar con este libro a regiones casi olvidadas de Somalia, atravesar tempestades para llegar a islotes perdidos de Tasmania, sobrepasar el circulo polar ártico para vivir bajo la larga noche invernal rusa del mar de Barents, llegar al Pacífico para sufrir el calor y la humedad de un presidio francés en Nueva Caledonia... Ha sido como volver a leer las novelas de Verne, Salgari y London.

Ahora la pega que le he encontrado. Y reconozco que parte de esta pega la tiene mi presbicia. En la página dedicada los datos técnicos (la tercera), el autor ha tenido la genial ideal de mostrar a escala el tamaño del faro comparándolo con una figura humana. Esa escala, en el margen izquierdo, esta señalada en tres colores, uno azul oscuro que marca la altura de la torre, otro en ocre que marca desde la base hasta el nivel del mar y otra en azul claro que indica la profundidad del mar. Sobre esa regleta hay dos indicaciones más, una que señala dónde está el plano focal y otro dónde empieza el nivel del mar. Y son estos avisos, por tamaño de letra y del color de la tinta, los que presbíticos como yo tenemos dificultad para leer. También creo que hay otro error, este de carácter general, que es no indicar el valor numérico de la escala, no decir cada señal a qué medida corresponde. Vamos, que no sabemos cuánto mide el muñequito dibujado

En definitiva, es el libro de faros que cualquier farófilo tiene que leer solo para reafirmar por qué nos gustan estas torres de luz y para confirmar que por mucho GPS y posicionamiento satelital que se emplee, nada puede sustituir estas construcciones.

Así que lo dicho: ¡Buaaaah! ¡Qué pasada! Flipo.

Y me vuelvo al Breve Atlas para empezarlo otra vez. Eso sí, ahora a sorbitos