Con noticias de interacciones de grupos de orcas con embarcaciones de recreo en la zona y de la búsqueda de un velero francés naufragado a 14 millas de las islas Sisargas, embarcamos con O Botero, Pol Blanco, hacia ese archipiélago frente al cabo de San Adrián y a unas 2,5 millas de Malpica. Tres son sus islas principales, Grande, Chica y Malante. En sus farallones batidos por las olas los percebeiros trajinan colgados de sogas mientras varios botes vigilan su movimientos y controlan el ir y venir del agua.
La Sisarga Grande está coronada en lo alto de un faro y varios edificios más. Automatizado desde hace años, este territorio pertenece a las gaviotas y a los conejos. La primera impresión es que puede ser un buen sitio para ser un robinson, pero los chillidos de las aves hacen que sientas que puede ser muy fácil convertirse en un secundario con mala suerte de la peli de Hitchcock Los pájaros.
Desde el muelle el camino se dirige directamente al faro, aunque hay un desvío que lleva a una recoleta playa de arena dorada y posadero de gaviotas. Son casi dos kilómetros de paseo que empieza entre helechos y tojos espinosos que invaden tramos del camino para seguir por una ancha calzada en razonable buen estado para llegar a lo alto convertida en senda. De lo que apenas queda rastro es de un bosque que se plantó a mediados del siglo pasado pero que al final ha desaparecido.
El faro es de estructura clásica con edificio de una planta y la torre integrada dentro. Esto es el resultado de una modificación estructural entre 1911 y 1915. En el proyecto original de 60 años antes a la torre de la linterna se podía acceder directamente desde el exterior. Esta reforma de la segunda década del siglo XX fue tan importante que se hizo necesaria la construcción de un faro provisional cuyos restos se conservan y que a menudo se confunden con la desaparecida ermita que existió antes y de la que dicen encendía una hoguera para guiar a los barcos que navegaban por la zona. Esto nos lo aclaró el botero Pol Blanco, un enamorado de su tierra.
Lo que también hace interesante esta visita es poder ver en un edificio cercano la antigua sirena de niebla. Sobre él, que está en ruinas, asoma la bocina oxidada. Pero recorriendo su perímetro, en uno de su vanos cegados algún visitante anterior, muy curioso debía de ser, abrió un agujero en los ladrillos para asomarse al interior y contemplar la vieja maquinaria con sus depósitos y mecanismos.
Desde luego fue una visita que mereció la pena y que permitía hacerse una idea aproximada a de lo solitaria que era la vida de los fareros, aunque trabajaran en equipo o pudieran estar con sus familias.
Y mientras, mi Santa y Paciente, en la playa espantado gaviotas que se acercaban demasiado a las empanadas y los aperitivos.
Tres destellos blancos en periodos de 15 segundos.
Alcance: 23 millas.
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