martes, 5 de octubre de 2021

Chipiona, el Más Alto hace sombra a la Más Grande

Muchos son los que llegan a Chipiona para homenajear a la cantante Rocío Jurado, visitar su tumba y hacerse una foto junto a su monumento en el paseo marítimo. Mi Santa y Paciente se jugó la vida para llegar hasta la rotonda en la que está y lo hizo, se concedió su momento folclórico, mitómano y turistón. Es lo que tocaba e hizo bien. Pero a la Más Grande le ha salido un poderoso competidor: el faro de Chipiona, el más alto de España y uno de los mayores de Europa. Además está abierto al público. Sí, se puede visitar, entrar dentro y subir hasta la linterna. Sigue encendiéndose por las noches, el farero continúa viviendo dentro del edificio con su familia y no ha pasado nada. Es la demostración empírica y sobre el terreno de que es posible. La Torre de Hércules es otro ejemplo. Multitud de faros en Francia también dan fe de ello. Lo mismo en Portugal. Y ya no digamos nada de Estados Unidos. No hace falta convertirlos todos en hoteles de lujo ni de no lujo.

Volviendo a la Restinga del Perro, en el extremo norte de la playa de La Regla, el faro chipionero da sombra a numerosos pescadores que desde allí lanzan los sedales. Y en esa umbría se dan cita los visitantes al faro, que en estos tiempos pandémicos se reparten en tres turnos de quince personas. Les acompañan un guía y una técnica sanitaria. Si en Francia algunos faros cuentan con un desfibrilador en lo alto, aquí la posible atención médica es humana. Punto para los gaditanos.

Tras unas explicaciones al pie del edificio, se pasa al patio interior, decorado al más puro estilo andaluz, con una planta baja y otra superior porticada, que es la vivienda del farero y su familia. Hasta la llegada del SARS-CoV 2 y la clausura del recinto, el propio torrero daba las explicaciones a los visitantes. Tras su reapertura este verano, es el guía turístico quien lo hace. Además, el patio se ha convertido en un pequeño museo sobre los faros y en él se exponen lentes, un quemador y algunas boyas, así como paneles explicativos. Lo cubre una pirámide acristalada que permite ver la torre desde una perspeciva ascendente que hasta produce vértigo. La primera vez que me pasa mirando hacia arriba.


A la izquierda, la lente del faro de Bonanza, catalogada como de 6º orden y  que fue retirada de la linterna tras el  apagado de este faro en 1982. 

 

A la derecha, un sistema de iluminación de gas acetileno, con quemador y válvula solar.

 

Tras las explicaciones viene el ascenso. 322 peldaños hasta la linterna. Pese a los temores de algunos, la subida es cómoda ya que la escalera de caracol es ancha y cuenta con buena iluminación. Además, hay previstas tres paradas por el camino, cada 100 escalones más o menos, para dar las explicaciones pertinentes pero que ayudan a recuperar el aliento a los que vamos más justicos de fondo. En ellas se van desgranado desde la historia del primer faro mandado construir por el general romano Quinto Servilio Caepión, del que no quedan restos conocidos, hasta las características y cómo se construyó el actual. Los bloques del muro son de piedra ostionera (me encanta esa palabra) típica de esta costa. Su rugosidad es tal que en caso de caída da más miedo el roce con la pared que los golpes contra los escalones.

Una vez en el balconcillo exterior, las vistas son espectaculares. La zona y la altura lo permiten. Si en el grupo de visitantes hay algún abuelete local, las anécdotas e historias que se cruzan entre él y el guía son de los más instructivas.

Por cierto, las visitas hay que reservarlas por anticipado en la oficina de turismo de Chipiona. Este verano eran tres turnos por la mañana de 15 personas cada uno.

Altura 62 metros
Plano focal, 69 metros
Un destello blanco cada 10 segundos
Alcance, 25 millas
322 escalones
Visitable

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