martes, 2 de noviembre de 2021

Otro faro y otro enclave desaprovechados

Por fin he visitado Cádiz, ciudad a la que desde hace mucho tiempo le tenía ganas. No solo no ha defraudado, es que me ha dejado tan con la boca abierta que debo volver para recuperar la mandíbula, que se me debió caer en los alrededores de la catedral.

Pero como dice el chiste, "si vamos a setas, a setas y si vamos a rolex, a rolex". Y aquí vamos a faros.

El faro de Cádiz, o el de San Sabastián por encontrarse dentro de esa ciudadela militar, es único en España: solo queda este en servicio de los que se han construído en metal. Los otros dos de los que yo tengo noticia son el de Banya en el Delta del Ebro, que dejó de funcionar y fue trasladado a Tarragona como museo, y el de Buda, también en el Delta y derribado por una tormenta en la década de los años 60 del pasado siglo.

El hecho de ser metalico tiene como idea base que pueda desmontarse en caso de necesidad. ¿Y cual puede ser? Se me ocurren varias, pero dados los antecedentes en la zona, la principal sería poder retirarlo en caso de guerra y evitar así su derribo, como ocurriera en 1898 en Rota o en la propia Cádiz. En el marco de la guerra de Cuba se plantearon que los estadounidenses podrían llegar hasta el Estrecho y atacar la costa, por lo que quisieron evitar que las luces les permitieran apuntar su cañones.

Si el duque de Nájera de la época no hubiera tomado esa decisión, Cadiz no difrutaría ahora de esta torre metálica, pero sí podría enorgullecerse de un faro en activo desde 1613, el tercero más antiguo tras la Torre de Hércules de origen romano en A Coruña y el de Portopí en Mallorca, de 1300 aunque lo trasladaron su actual emplazamiento en 1617.

El faro de San Sebastián luce sus contrafuertes metalicos y su fuste central de palastro de acero desde el centro del fuerte del mismo nombre. El carácter castrense del recinto impide un acercamiento  razonable. Cualquier intento de buscar una perspctiva razonable choca con una muralla que no es precisamente la que cantaban Ana Belén y Víctor Manuel.

Volvemos a lo de siempre. Cádiz cuenta con un recurso con una potencial utilidad más allá de dar luz a las embarcaciones, una utilidad que puede sufragar su propio mantenimiento. Y se desaprovecha. La situación del faro de Cádiz es un atrativo que se suma a su exclusiva caraterística metálica. Lo de visitar la linterna es complicado por tener que ascender 30 metros por un tubo de dos metros de diámetro, pero se le puede dar una vuelta. Con vistas a las playas de La Caleta y de la Victoria, a todo el horizote de la ciudad desde el mar, la visita al fuerte sería un atractivo más. Además, los edificios pueden convertirse en locales de hostelería, en salas culturales multifuncionales. Y, por supuesto, en apostadero para ver puestas de sol.

Altura 37 metros
Altura focal 41 metros
Dos destellos blancos cada 10 segundos.
Alcance, 25 millas
Visible, accesible lo justito, pero no visitable,

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